Otra vez llega el otoño,
la hojarasca pinta el ramo,
con crespones se despiden
los vestigios del verano.

La ciudad guarda silencio.
Hora y calle son de barro,
rumbo a la iglesia camino
reverente y cabizbajo.

Un chin de agua bendita,
una flexión de las manos,
el peso para la ofrenda
interrumpe los rosarios.

Las flores en los manteles
se recuestan de sus tallos,
frente al cristo en el altar
dulcifican algún clavo.

Punzante rito y dosel.
Alabanzas, arrebatos,
cicatrices en el rostro
del derroche temerario.

En la frágil cabellera
lo añejo se torna blanco,
el rizo desmiente al porte
con la suma de los años.

Faltó vida y juventud,
de mi cuerpo se alejaron.
Entre votos y plegarias
pido el celestial amparo.

Por segundos se despierta
una efigie, ¡suplicamos!,
nos escucha y nos conduce
si del cuerpo parte el halo.

Las mieles cubren el iris,
llega el divino aguinaldo,
consuelo del infortunio
si creyereis en milagros.

Y en el triste devenir
de mi espíritu y el santo,
disipo la roja angustia
de no tenerte a mi lado.

José Vidal - Pepín 2007 ©

email: jvidal77@hotmail.com

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